Con el lamento del bandonéon asistimos a una
nueva liturgia… nos abismamos en la melancolía y el cinismo, en la danza
frenética del pensamiento triste. El sentimiento transita los pasajes de la voz
y le regala diversos colores. Lo tiñe de monocromías, de ese mundo que bajo la
ventana se mueve ajeno, solitario pero inserto en el corazón de los muchos, de
esos otros; rostros alargados y distorsionados. De amores fatales, perdidos,
recordados y atesorados en las melodías de violines esos que, rasgando sus
cuerdas, hablan de placeres nocturnos, bañados por las tenues luces de los
faroles de suburbios… de arrabales. Con el tango los cuerpos se traspasan,
adquieren nuevas dimensiones, posibilidades. En el tango se advierte la
dimensión del encuentro y del desencuentro, de la cercanía a través de la cual
se deviene cíclope así como también del llanto tras la pérdida irremediable y
lamentada en soterrados cabarets. Hay en el aire un ritmo con sabor a mate, los
sonidos invaden los zaguanes y la vitrola distorsionada gime trayendo historias
de vidas precariamente puras.
Fragmentos de los días que se siguen unos a
otros, de situaciones perdidas en el ruidoso ajetreo pero salvadas en las
palabras y en sus continuas recaídas, palabras que siempre dicen más y aun más,
se siguen unas a otras en la literatura de Cortázar. Lo maravilloso cotidiano
cobra vida en toda la obra cortazariana y siempre parece estar acompañada por
las melodías del tango y del jazz, de hecho la vida de este autor parece haber
estado atravesada por la hermosa simplicidad del tango-dice Cortázar- "...yo
crecí en una atmósfera de tangos. Los escuchábamos por radio, porque la radio
empezó cuando yo era chico, y después fue un tango tras otro. Había gente en mi
familia, mi madre y una tía, que tocaba tangos al piano y los cantaba... El
tango se convirtió en parte de mi conciencia y es la música que siempre me
devuelve a mi juventud y a Buenos Aires".
(Y... “Vuelvo al sur”)
El regreso al sur, a esos aires del bandoneón…
el recuerdo conservado, ese recuerdo que suena a viejo radio distorsionado y
que evoca la melancolía de los días de juventud se mezcla con la voz de uno de
los grandes del tango al que Cortázar parece tener particular afecto y respeto:
Gardel. Esta voz icónica retorna a Cortázar en forma de discos de acetato como
regalo de unos viejos amigos devolviéndole así, al Buenos Aires de antaño y que ya no es fácil
evocar. Dice Cortázar al respecto de este “reencuentro” al que alude en un pequeño
escrito titulado “A Gardel hay que escucharlo en la vitrola”: “Enseguida
se comprende que a Gardel hay que escucharlo en la vitrola, con toda la
distorsión, y la pérdida imaginables; su voz sale de ella como la conoció el
pueblo que no podía escucharlo en persona, como salía de zaguanes y de salas en
el año veinticuatro o veinticinco”.
Gardel queda inmortalizado en los años veinte
entre noches de verano, boleros y radioteatro, en el ritual de darle cuerda a
la vitrola y de ajustar la púa. Gardel suena a compadre porteño, suena a la
alegría del canto por el canto y todo esto resuena en cada una de sus
producciones, especialmente en “mano a mano” de la que gusta particularmente
Cortázar: “Tal vez prefiero este
tango porque da justa medida de lo que representa Carlos Gardel. Si sus
canciones tocaron todos los registros de la sentimentalidad popular, desde la
celebración de glorias turfísticas hasta la glosa del suceso policial, el justo
medio en que se inscribe para siempre su arte es el de este tango casi
contemplativo, de una serenidad que se diría hemos perdido sin rescate”.
Buenos Aires se había convertido para Cortázar
en una persistente remembranza, la nostalgia que envolvía su relación con dicha
ciudad logra abrir en París, en el corazón de la ciudad una tanguería
apadrinada precisamente por él. De la mano de Edgardo Cantón y de varios famosos
intérpretes del tango dentro de los que figuraban: Juan Cedrón, el pianista
Héctor Grané (quien fuera arreglista y figura relevante en la orquesta de Pedro
Laurenz en la década de 1940) y los bandoneistas César stroscio, Roberto
Caldarella y Juan José Mosalini, abren las puertas el 18 de Noviembre de 1981
de lo que bautizan como “Trottoirs de Buenos Aires” o “Veredas de Buenos
Aires”. Las letras de Cortázar musicalizadas por el cuarteto, convertido en
esta ocasión en noneto y producidas por Edgardo Cantón, tiñeron el recinto que
a media luz reunió a los amantes del tango residentes en París. Vale la pena escuchar entonces uno de los Tangos que resonó esa noche por primera vez y que se ha
inmortalizado en los llantos de las vitrolas: Tu piel bajo la luna.
Pendulante entre la música y la literatura, haciendo de las palabras siempre más, Cortázar comprende su vida expuesta a la duda, al juego, a la pregunta que ulcera y moviliza. El mundo siempre abierto como inquisidor contundente, el mundo solo susceptible de ser visto por un hombre que se permitió ser niño...
"Yo creo que desde muy pequeño mi desdicha y mi dicha al mismo tiempo
fue el no aceptar las cosas como dadas. A mí no me bastaba con que me dijeran
que eso era una mesa, o que la palabra
"madre" era la palabra "madre" y ahí se acaba todo. Al
contrario, en el objeto mesa y en la palabra madre
empezaba para mi un itinerario misterioso que a veces llegaba a franquear y en
el que a veces me estrellaba."… "En suma, desde pequeño, mi relación con
las palabras, con la escritura, no se diferencia de
mi relación con el mundo en general. Yo parezco haber nacido para no aceptar
las cosas tal como me son dadas."
Así
hablaba Córtazar del mundo y de su relación con él siempre desde las palabras,
aunque él mismo se refiriera a ellas, en su escrito “Me caigo, me levanto” como
“esas recayentes deplorables”. En este escritor Argentino aunque nacido
en Bruselas, según él, como resultado del “turismo y la democracia”, la
literatura parecía disolverse en la experiencia cotidiana e impregnar toda la
vida, animándola y enriqueciéndola con un fulgor particular sin privarla de
savia, instinto, de espontaneidad. A
través del juego, en el mundo de
Córtazar se recobra la virtualidad perdida, de actividad seria y de
adultos, que se valen de ella para escapar a la inseguridad, a su pánico ante
un mundo incomprensible, absurdo y lleno de peligros.
Julio
Córtazar había entonces declarado su propia guerra “contra el pragmatismo y la
horrible tendencia a la consecución de fines útiles”… ésta era la guerra de
Córtazar, solo al interior de la literatura, porque él mismo se declara uno de
los hombres más pacifistas de este planeta”, quizás, porque entre otras cosas,
su nacimiento estuvo enmarcado por el ataque del Kaiser y sus tropas que se
disponían a conquistar Bélgica en la primera guerra mundial. Sus novelas y cuentos revolucionaron el orden
convencional, el tiempo narrativo, la psicología de los personajes, la
organización espacial de la historia… en esto consiste la Libertad que envuelve
la literatura cortazariana, en palabras del escritor: “La literatura se
asfixia por exceso de convencionalismos y de seriedad” Hay que purgarla de retórica y lugares comunes, devolverle
novedad, gracia, insolencia, libertad…” Es a esta característica
inconfudible que tiñe cada escrito a la que se refiere espléndidamente Mario
Vargas Llosa en el prólogo a la compilación de los cuentos de Cortázar que
escribe cuando éste ya ha muerto.
El estilo de
Cortázar, según Mario Vargas Llosa, se caracteriza por que sus textos parecen
hablados, aspecto que quizás se explica porque el argentino acostumbraba a
grabarse leyendo sus escritos. De hecho, nos cuenta, introduciendo a la lectura
de “Me caigo y me levanto”, una anécdota que determinó esa experiencia de la
grabación y que estuvo atravesada por otra de sus grandes pasiones: el boxeo: "Cuando tengo la mala idea de escuchar estas cintas que a veces
grabo en mi casa para oír cómo suena lo que escribo, me doy cuenta de que mi
pronunciación del español consternaría a cualquier foniatra. Nunca me olvidaré
que cuando vine a París en el año 1951 me ganaba la vida como speaker de las
Actualidades Francesas, en español, se entiende. Hasta que un día llegó una
carta del concesionario de México, diciendo que si no dejaban inmediatamente en
la calle a ese speaker, ellos se borraban de las actualidades. Con lo cual
perdí mi primera y bastante necesaria fuente de recursos de ese momento".
Y se excusa: "La culpa la tuvo, además de mi mala pronunciación, el
ingeniero de sonido, porque yo tenía que describir un match de box y me pidió que lo hiciera con
gran entusiasmo, como si estuviera en el ringside y claro, a mi juego me
llamaron. El box para mí... ya se sabe. Entonces me entusiasmé de tal manera
viendo las imágenes con el relato que en México no entendieron una palabra y
supongo que en Argentina tampoco. Y me costó el empleo".
Lo maravilloso del estilo de Cortázar es que finge la oralidad, la
soltura fluyente del habla cotidiana, el expresarse espontáneo, sin afeites ni
petulancias del hombre común. Sin embargo, esto se trata, sin dudas de una
ilusión porque en realidad el hombre común se expresa con complicaciones,
repeticiones y confusiones que serían irresistiblemente trasladadas a la
escritura. La lengua de Cortázar es una ficción que de esta manera parece
natural y reproducida de la vida misma y que muestra mejor aquello que nombra,
como un discreto resplandor que los ilumina desde adentro en su autenticidad y
verdad.
( Y para finalizar... cantemos)
INSTRUCCIONES PARA
CANTAR
Empiece por romper
los espejos de su casa, deje caer los brazos, mire vagamente la pared, olvídese. Cante una sola nota,
escuche por dentro. Si oye (pero esto ocurrirá mucho después) algo como un
paisaje sumido en el miedo, con hogueras entre las piedras, con siluetas
semidesnudas en cuclillas, creo que estará bien encaminado, y lo mismo si oye
un río por donde bajan barcas pintadas de amarillo y negro, si oye un sabor de
pan, un tacto de dedos, una sombra de caballo.
Después compre
solfeos y un frac, y por favor no cante por la nariz y deje en paz a Schumann.
“Los ídolos infunden respeto, admiración, cariño y, por
supuesto, grandes envidias. Cortázar inspiraba todos esos sentimientos como muy
pocos escritores, pero inspiraba además otro menos frecuente: la devoción”. Gabriel García Márquez.