Abajo de la ventana un mundo húmedo y que salpica se muestra frío y hostil, apurado e indiferente. Los relojes, siempre los relojes, sombrillas por doquier y pisadas que a su paso asesinan las miles de gotas derramadas luego de su abismal travesía desde lo más alto de las nubes.
De nuevo los relojes, el tiempo apremia, los importantes encuentros y las ceremoniosas reuniones esperan a sus desmotivados comensales. Máquinas humeantes pasan despavoridas jactándose de ser inmunes a la caída inclemente de agua, sus bocas incandescentes se abren para rugir y, a su paso, queda sólo una estela asfixiante y todavía cálida.
Uno que otro retoño verde se avista entre las grietas de muros demasiado viejos... el agua les ha devuelto su color y se tiñen como queriendo prevalecer, huir de la prisión de concreto en la que han sido confinados desde hace tantos amaneceres. Un verde por acá, un amarillo por allá, lo que una vez fue colorido sin fin, ahora se ha convertido en ligeros destellos de un pasado menos monocromo.
El mundo abajo de la ventana...
Si levanto la mirada al horizonte, el paisaje me muestra miles de rostros, los ojos de muchos se abren mostrando colores y formas que les han dejado múltiples encuentros producto de la angustiosa dicha del azar. Voces, cantos, llantos, rugidos, fulgores, explosiones... profundas exhortaciones de la vida en todas sus manifestaciones... Y allá, al fondo, detrás del mar y de los desiertos, tus ojos se abren a un nuevo amanecer recibiendo la luz y recobrando su color...
Allá, debajo de mi ventana y cruzando el mar, estás tu. Yo sentadita en mi ventana cierro mis ojos para verte y entonces sonreír.
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